Unidad III Filosofía política: Thomas Hobbes: El hombre como lobo del hombre

La respuesta de Thomas Hobbes: El hombre como lobo del hombre



Según el filósofo inglés Tomas Hobbes (1588-1679), el hombre es un ser descontento que vive en un perpetuo estado de deseo, deseo de placer; por tanto, sus acciones se guían en esa dirección. Pero la obtencion de un objeto de placer es siempre un medio para otro placer; no existe en el hombre un estado de reposo, no hay objeto que pueda otorgarle plena felicidad. Su vida es movimiento continuo, su bienestar consiste en continuar deseando.
Ese permanente desear explica su deseo de poder; la única forma que tiene el hombre de asegurarse los medios obtenidos para vivir bien es obteniendo nuevos poderes y nuevos medios. De aquí se infiere la natura¬leza egoísta del ser humano, que necesita acumular riquezas y someter a otros hom¬bres para asegurarse el goce de sus placeres.
Precisamente en el capítulo XIII del Leviatán, Hobbes realiza una despiadada descripción de cómo sería el hombre en estado de naturaleza, es decir, en ausencia de leyes y un Estado que lo discipline.
Según Hobbes, la naturaleza hizo a los hombres iguales tanto en lo que respecta a su fuerza corporal como a sus facultades mentales. De esta igualdad de capacidades se deriva la persecución de los mis¬mos fines, lo que origina discordia entre ellos:
“(…) Esta es la causa de que si dos hombres desean la misma cosa, y en modo alguno pueden disfrutarla ambos, se vuelven enemigos, y en el camino que conduce al fin [...] tratan de aniquilarse o sojuzgarse uno a otro. De aquí que un agresor no tema otra cosa que el poder singular de otro hombre; sí alguien planta, siembra, construye, o posee un lugar conveniente, cabe probablemente esperar que ven¬gan otros, con sus fuerzas unidas, para desposeerle y privarle, no sólo del fruto de su trabajo, sino también de su vida y de su libertad. Y el invasor, a su vez, se encuentra en el mismo peligro con respecto a otros (…)”.
Hobbes, Tomás, Leviatán, México, F.C.E., 1940, pág. 134.
Los hombres desconfían unos de otros, y la única forma de protegerse es anticiparse a los demás y dominarlos, y de esa manera evitar la posibilidad de ser a su vez sometidos por los otros. Para Hobbes esa conducta es razonable, dado que lo requiere la conservación de su vida. Además, el hombre exige a los otros hombres que lo valoren y respeten tanto como él se valora y respeta a sí mismo, y si no lo hacen buscará lograrlo causándole daño a alguno de ellos para que le sirva de ejemplo ajos restantes. De todo esto, Hobbes concluye que en la naturaleza del hombre las causas de la discordia son tres: la competencia, la desconfianza y la gloria:
“(…) La primera causa impulsa a los hombres a atacarse para lograr un beneficio; la segunda, para lograr seguridad; la tercera para ganar reputación. La primera hace uso de la violencia para convertirse en dueña de las personas, mujeres, niños y ganados de otros hombres; la segunda, para defenderlos; la tercera, recurre a la fuerza por motivos insignificantes como una palabra, una sonrisa, una opinión distinta, como cualquier otro signo de subestimación, ya sea, directamente en sus persona, en su descendencia, en sus amigos, en su nación, en su profesión o en su apellido (…)”.Hobbes, Tomás, Op. Cit, Pág. 135.
En estado de naturaleza los hombres vivirían, entonces, en guerra permanente unos contra otros. Sin un poder común que los someta y los atemorice, no se puede hablar de ley ni de justicia o injusticia, pues estas son cualidades referidas a los hombres en sociedad y no solitarios. Sólo introduciendo leyes y ese poder común del que hablamos es posible hacer una distinción entre mío y tuyo; de lo contrario, “la fuerza y el fraude son las dos virtudes cardinales” (Op. Cit pág. 137).
Ahora bien, la situación descripta -muy semejante a la del animal-no parece ser muy tolerable para el hombre, porque a pe¬sar de tener la libertad de hacerle lo que quiera a los otros, también es cierto que se ve expuesto a los males que los demás puedan hacerle a él; en particular, el peor de los males: la muerte. De allí que la razón -que lo diferencia de los animales- le sugiera pro¬teger la vida, que es el mayor de sus bienes. Si el hombre pretende vivir en un estado de goce permanente, debe conservar primero su vida, porque perderla significaría perderlos otros bienes que le otorgan placer. Y para asegurar la conservación de la vida que teme perder el hombre, guiado por su razón, busca la paz social mediante normas concensuadas con otros hombres, para poner límites a sus derechos naturales: las leyes de naturaleza.
Estas leyes, que implican obligaciones y restricciones a la libertad, son contrarias a las pasiones humanas, de allí que su observancia depende de la constitución de un poder común: el Estado. El origen ideal de este consiste en un acuerdo o pacto mediante el cual los hombres renuncian a sus derechos naturales -es decir, a su libertad- a favor de un Individuo o asamblea de individuos que les aseguren la paz y la defensa común, para una existencia tranquila. Según Hobbes, una vez establecido el pacto, el Estado tiene poderes absolutos sobre sus súbditos, quedando en sus manos decidir qué es justo o injusto y todas las medidas que considere necesarias para asegurar la paz interior y la defensa contra los enemigos externos. De este modo, el Estado es una especie de Leviatán o gigantesco hombre artificial, cuyo cuerpo está formado por un gran número de individuos que han sometido su voluntad a la de ese gran organismo.
Como vemos, en Hobbes la cuestión antropológica se relaciona con cuestiones de Filosofía política; su concepto de hombre se articula con el proyecto político que defiende, la monarquía absoluta, de la cual no es otra cosa que su fundamentación.



Fuente:
  • Nelva Morando, Filec II, Ed Kapelusz, Bs.As, 2000.

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