Unidad II Gnoseología: Racionalismo y Empirismo

El racionalismo: Descartes Renato



Renato Descartes, filósofo francés que vivió entre los años 1596 y 1650, se propuso rechazar el método de autoridades propio de la filo­sofía medieval y establecer bases sólidas para la ciencia moderna que comenzaba a desarrollarse en su época (gracias, fundamentalmente, a la labor de Galileo Galilei). Descartes busca fundamentar la posibilidad de un conocimiento absolutamente seguro, objetivo, necesario y uni­versal. Se propone fundar el saber sobre bases cuya firmeza esté más allá de toda sospecha. Para ello, Descartes proyecta dudar de todo has­ta hallar alguna evidencia que sea absolutamente indubitable. Su plan es no aceptar nada que sea dudoso y sólo dar por válido lo que sea ab­solutamente cierto. Lo que este filósofo desea es ver sí dudando de to­do queda algo que se resista a la duda. Esta duda que Descartes deci­de aplicar a todo es una duda metódica pues es el camino para llegar a la verdad (si es que esta verdad existe).
En vez de dudar de cada saber particular, lo que sería una tarea in­finita, Descartes aplica la duda metódica a las fuentes del conocimien­to, es decir, a la sensibilidad y a la razón. Si estas fuentes son dudosas, entonces todo lo conocido a través de ellas también lo será.
Su crítica al saber proveniente de la sensibilidad es sencilla: los sentidos a veces nos engañan pues en ocasiones nos ha ocurrido creer ver algo y luego comprobar que era otra cosa (por ejemplo, ver un ar­busto á la distancia y descubrir luego que era un hombre). Si nos en­gañan deben ser desechados por ofrecer conocimientos dudosos. :
Su crítica al saber proveniente de la razón es, en -cambio, más compleja. No es posible dudar de las verdades a las que llegamos a través de la razón: "el todo es mayor que las partes", "todo" objeto es idéntico a sí mismo", "dos más dos es cuatro". Sin embargo, dice Descartes, podría ocurrir que un dios maligno (un demonio) me esté en­gañando y me haga creer que es absolutamente cierto lo que es falso. Si ese demonio existiera, ningún saber sería seguro pues mi razón estaría siendo engañada por un ser superior y trascendente.
En este punto, al postular la hipótesis de un dios o genio maligno, Descartes llega al extremo de su duda y se encuentra en la más abso­luta incertidumbre. Sin embargo, es en este extremo cuando el filóso­fo francés alcanza la primera verdad absolutamente indubitable: aun cuando el genio maligno pudiera engañarme en todo no podría enga­ñarme acerca de lo siguiente: que estoy dudando. Y si estoy dudando, entonces existo. La evidencia del propio pensamiento y del propio existir, es la base de la posibilidad de un conocimiento seguro.
Sin embargo, si existiera el genio maligno sólo podría asegurar es­ta evidencia y ninguna más. Por ello, Descartes se empeña en refutar la posibilidad de la existencia de este ser.

Dios como garantía del conocimiento
Para desechar la posibilidad de la existencia del genio maligno, Descartes indaga cuáles son las ideas que hay en el pensamiento.
Su argumento es el siguiente: sólo sé que pienso y que, por lo tan­to, existo. ¿Cuáles son las ideas que hay en mí? Una de esas ideas es la idea de Dios. Es la idea de un ser perfecto. ¿Cómo llegó esa idea a estar en mí? Yo no puedo ser la causa de esa idea pues yo soy un ser, imperfecto (puesto que dudo) y lo imperfecto no puede ser causa de lo perfecto (ya que el efecto no puede ser mayor que su causa). Por lo tanto, la causa de la idea de un ser perfecto es una idea innata que fue puesta en mí por un ser perfecto, es decir, por el mismo Dios. Des­cartes cree haber demostrado, de este modo, y por métodos exclusi­vamente racionales, la existencia de Dios.
Dios existe y, como es perfecto, no puede ser engañador. De este modo se restablece la confianza en el conocimiento racional, ya que Dios es la garantía de que lo evidente es verdadero. Y son evidentes las verdades de la razón (por ejemplo, los principios matemáticos). En cambio, el saber sensible sigue siendo poco confiable aunque Dios exista, ya que es una facultad que en más de una ocasión puede fa­llar y mostrarnos como verdadero lo que es falso.
En suma, Descartes logra dudar de todo aplicando la duda metódi­ca a los saberes sensible y racional. Este camino de la duda se detie­ne ante la primera verdad absolutamente indubitable ("dudo, enton­ces existo"). Desde esta evidencia, el filósofo francés deduce otra ver­dad: "Dios existe". Y esta segunda verdad funciona como garantía de todas las verdades evidentes a las que se llega a través de la razón.
El racionalismo de Descartes, como otras posturas racionalistas posteriores, sostiene que el verdadero conocimiento es aquel que se logra con la sola y exclusiva ayuda de la razón, sin recurrir a la expe­riencia, a los sentidos.


El empirismo: Hume David


El término "empirismo" deriva de una palabra griega: empeiría. Empeiria significa "experiencia". El empirismo es la postura que sostiene la tesis contraria al racionalismo. No es la razón sino la experiencia la única fuen­te del conocimiento, y sin la experiencia no es posible ningún saber.
La mente es como un "papel en blanco" en el que la experiencia va es­cribiendo. No existe nada "a priori", ni ideas perfectas que el alma haya co­nocido en otro mundo (como afirmaba Platón) ni ideas innatas (como afir­maba Descartes). Uno de los exponentes más destacados del empirismo fue el filósofo inglés David Hume, quien vivió entre los años 1711 y 1776.
Para Hume todo conocimiento procede de la experiencia externa (la que proviene de los sentidos) y de la experiencia interna (estados de ánimo del sujeto, fenómenos psíquicos). A las percepciones directas Hume las llama "impresiones" (por ejemplo, sensaciones de dolor, per­cepciones de color, de textura, etcétera). Las impresiones se diferen­cian de las percepciones indirectas o derivadas, a las que Hume llama "ideas" (por ejemplo, los recuerdos o las fantasías). Las ideas se deri­van de las impresiones y la diferencia entre impresiones e ¡deas es de vivacidad o intensidad. El recuerdo de un dolor es mucho menos inten­so y vivaz que el dolor mismo.
Para Hume todos nuestros conocimientos derivan directa o indirec­tamente de impresiones. Incluso las ideas más complejas provienen de ellas. Y no existe ninguna idea que no tenga su origen en alguna im­presión. Esto vale también para las fantasías. Por ejemplo, la idea de "centauro" se compone de las impresiones de caballo y de hombre.
La misma idea de Dios deriva de la experiencia. Es una idea que no es más que la reunión y multiplicación al infinito de ideas sobre cua­lidades características de los humanos. Sé por experiencia que tengo cierto saber, que tengo cierto poder, que tengo cierta bondad. Son cua­lidades que en mí son imperfectas. Multiplico al infinito las ¡deas de saber, de poder y de bondad y construyo la idea de un ser en el que se dan la sabiduría infinita, el poder absoluto, la bondad perfecta. La idea de Dios no es, como afirmaba Descartes, una idea innata sino una idea compleja que conjuga diversas ideas derivadas de sus correspondien­tes impresiones y multiplicadas al infinito.
De estas reflexiones, Hume extrae el criterio para determinar la va­lidez de las ideas. Para que una idea tenga valor cognoscitivo, es pre­ciso que copie o represente fielmente una impresión. Una idea es váli­da cuando concuerda con las impresiones de las que deriva. Si no con­cuerda con ninguna impresión (como en el caso de la idea de 'centau­ro') no es válida, no es objetiva.


Fuente: Schujman Gustavo. “Filosofía”, Ed Aique, Buenos Aires, 2007.

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