La respuesta de Nicolás Maquiavelo: El hombre malo por naturaleza
Filósofo, político y dramaturgo italiano. Nació en Florencia. En 1498 accedió al cargo de secretario de la cancillería de la república florentina. Desde este cargo, Maquiavelo emprendió importantes misiones diplomáticas en la corte papal, en la corte de Francia y en la del archiduque austríaco Maximiliano I. Estos viajes le reforzaron la idea de la necesidad de conseguir la unidad italiana en un solo sistema estatal. En 1512, después de la caída de la república, ha de abandonar la vida pública, y se retira al campo, época que aprovechará para redactar su obra principal El Príncipe (dedicada a Lorenzo de Médicis o Lorenzo el Magnífico, escrita en 1513, aunque no fue publicada más que póstumamente en 1532), y muchas de sus obras fundamentales, como Discursos sobre la primera década de Tito Livio, y El arte de la guerra. También por esta época escribió La mandrágora. Se incorporó a la vida política directa a partir de 1520, al servicio de los Médicis. Cuando de nuevo se restauró la república florentina en 1527 tuvo nuevamente que abandonar todo cargo político.
Maquiavelo es considerado como el fundador del pensamiento político moderno, ya que fue el primero en dar a conocer la realidad social y política tal como es, y no tal como debería ser en función de previas consideraciones morales. Su obra principal, El Príncipe, de carácter básicamente utilitario, destinada a dar consejos sobre cómo gobernar mejor, es considerada como descripción y expresión de la separación entre sociedad civil y poder político propia del Estado burgués. En esta obra, Maquiavelo parte del estudio de la realidad de su tiempo y da un fiel reflejo de las principales características del moderno Estado burgués, basándose en el estudio de los mecanismos de poder realmente utilizados por los «príncipes» de su época. En este sentido, su obra es fruto de su experiencia política, pero ésta está dirigida por los supuestos propios del naturalismo que impregnaba determinadas corrientes del pensamiento renacentista, así como por la asimilación de algunos aspectos de la Política de Aristóteles (obra que, no obstante, Maquiavelo declaró no haber leído), y de los pensadores latinos. Por otra parte, su intención era fundamentalmente la de conseguir la creación de un Estado fuerte capaz de unificar, bajo el mando de un príncipe, los pequeños estados y ciudades-estado de Italia, lo que sólo se conseguiría, pensaba, bajo el poder y la acción de un personaje excepcional, el príncipe, capaz de imponer una monarquía absoluta amparada por la razón de Estado. Acepta la existencia de una naturaleza humana única e inmutable, regida siempre por las mismas motivaciones y pasiones, que son las que rigen la historia. Justamente porque enfatiza el aspecto naturalista que rige la historia, considera que ésta es un verdadero objeto de análisis, en el que pueden hallarse elementos de regularidad, razón por la cual la política puede ser considerada como una ciencia. Analizando la historia a partir de los principios naturalistas inmanentes que afirma que la constituyen, y apartándose de la imagen abstracta del cómo «debería ser» (más próxima a las consideraciones de los filósofos platonizantes de su época), intenta describir la sociedad, la naturaleza del poder y los modos de conservarlo. Con ello pone en evidencia, como lo reconocería posteriormente Francis Bacon, la auténtica diferencia existente entre el ser y el deber ser, y manifiesta de manera realista la profunda crisis de valores realmente imperante, así como un notable pesimismo antropológico (ver cita).Considera que en todos los hombres se dan unas determinadas tendencias que les impulsan, bien a aspirar al poder (tendencia dominante en los jefes o «príncipes», si saben dominarlo y conservarlo), bien a aspirar al orden y la seguridad (tendencia dominante en los naturalmente súbditos). Pero puesto que considera que la naturaleza humana es fundamentalmente corrupta (influencia del pensamiento cristiano y del estigma del pecado original), piensa que el príncipe, para dominar a los súbditos y cohesionar la sociedad, es quien tiene que imponer el orden, a través de la coacción y la fuerza, si es preciso. En el capítulo XV de El Príncipe describe las formas de actuación del gobernante y las características básicas que éste debe poseer, que son expresión del cinismo propio del Estado burgués: el príncipe debe ser, ante todo, hábil y astuto; debe saber utilizar los halagos para mejor manejar a sus súbditos o a sus competidores, pero también debe ser implacable y echar mano de la violencia y la fuerza si es preciso; debe carecer de escrúpulos morales, ya que la moral es propia sólo del hombre privado, mientras que quien tiene que afrontar la responsabilidad del poder está fuera de toda consideración moral. De esta manera, Maquiavelo teoriza la escisión entre la moral y la razón de Estado, regida por una lógica propia y distinta de la moral que regula la vida privada, e independiente de supuestos valores trascendentes. Por ello, una teoría del poder del Estado debe estar más allá de la moralidad, y ha de prescindir de las concepciones teocráticas medievales (separándose, pues, del poder de la Iglesia): el poder del que habla Maquiavelo es absolutamente terrenal y se justifica a sí mismo, hasta el punto de someter la religión al mismo poder estatal, aunque manteniendo su función de cohesión social. La concepción teocrática medieval es sustituida por la noción de patria, cohesionadora de los diversos individuos. El Estado ha de organizar la violencia, pero no a través de ejércitos de mercenarios, sino mediante milicias autónomas nacionales, reclutadas entre el campesinado -lo que acerca el campo a la ciudad y refuerza el tejido social.
La característica principal del príncipe es la virtù, es decir, su capacidad de intervención política, la fuerza y la astucia -bien alejadas de la humildad y de la resignación-, para mantenerse a la cabeza del poder, aunque también debe tener en cuenta la fortuna, es decir, el conjunto de circunstancias que escapan a su voluntad, así como la misma sociedad civil entendida como naturaleza. Pero la fortuna puede ser cambiada y forzada por la virtù, ya que la historia se rige por las pasiones e intereses humanos que pueden dominarla.
Esta relación entre virtud (entendida al modo de la areté griega presocrática) y fortuna expresa también la conflictiva relación entre libertad y necesidad o azar que había ocupado a los pensadores humanistas. Pero, a pesar de la cruda descripción de las cualidades que debe tener el príncipe o gobernante que hace Maquiavelo, su ideal es más bien el del gobernante romano de la época de la república. La cruel descripción de los mecanismos reales del poder, así como la justificación de éstos, han convertido a Maquiavelo en el ejemplo más claro del llamado «realismo político» (realpolitik), y en el exponente más conocido de la apelación a la «razón de Estado», en la que a menudo se escuda el poder político. La exageración de su pensamiento ha originado el vocablo maquiavelismo, que de manera estricta, designa el conjunto de la teoría política de Niccolò Machiavelli (o Maquiavelo). No obstante, en general se utiliza para referirse a una concepción política, atribuida a este autor, en la que prima la razón de Estado por encima de toda otra consideración, y que sustenta que el político está autorizado (en virtud de la mencionada razón de Estado) a desarrollar cualquier acción, y está legitimado para actuar sin reparar en los medios que emplea. Esta actividad se resume en la sentencia (nunca formulada por Maquiavelo): «el fin justifica los medios». Por extensión, y de manera más general, designa toda acción regida por la astucia, la mala fe y el cinismo dirigido a la obtención de un beneficio propio.
Fuente:
Maquiavelo es considerado como el fundador del pensamiento político moderno, ya que fue el primero en dar a conocer la realidad social y política tal como es, y no tal como debería ser en función de previas consideraciones morales. Su obra principal, El Príncipe, de carácter básicamente utilitario, destinada a dar consejos sobre cómo gobernar mejor, es considerada como descripción y expresión de la separación entre sociedad civil y poder político propia del Estado burgués. En esta obra, Maquiavelo parte del estudio de la realidad de su tiempo y da un fiel reflejo de las principales características del moderno Estado burgués, basándose en el estudio de los mecanismos de poder realmente utilizados por los «príncipes» de su época. En este sentido, su obra es fruto de su experiencia política, pero ésta está dirigida por los supuestos propios del naturalismo que impregnaba determinadas corrientes del pensamiento renacentista, así como por la asimilación de algunos aspectos de la Política de Aristóteles (obra que, no obstante, Maquiavelo declaró no haber leído), y de los pensadores latinos. Por otra parte, su intención era fundamentalmente la de conseguir la creación de un Estado fuerte capaz de unificar, bajo el mando de un príncipe, los pequeños estados y ciudades-estado de Italia, lo que sólo se conseguiría, pensaba, bajo el poder y la acción de un personaje excepcional, el príncipe, capaz de imponer una monarquía absoluta amparada por la razón de Estado. Acepta la existencia de una naturaleza humana única e inmutable, regida siempre por las mismas motivaciones y pasiones, que son las que rigen la historia. Justamente porque enfatiza el aspecto naturalista que rige la historia, considera que ésta es un verdadero objeto de análisis, en el que pueden hallarse elementos de regularidad, razón por la cual la política puede ser considerada como una ciencia. Analizando la historia a partir de los principios naturalistas inmanentes que afirma que la constituyen, y apartándose de la imagen abstracta del cómo «debería ser» (más próxima a las consideraciones de los filósofos platonizantes de su época), intenta describir la sociedad, la naturaleza del poder y los modos de conservarlo. Con ello pone en evidencia, como lo reconocería posteriormente Francis Bacon, la auténtica diferencia existente entre el ser y el deber ser, y manifiesta de manera realista la profunda crisis de valores realmente imperante, así como un notable pesimismo antropológico (ver cita).Considera que en todos los hombres se dan unas determinadas tendencias que les impulsan, bien a aspirar al poder (tendencia dominante en los jefes o «príncipes», si saben dominarlo y conservarlo), bien a aspirar al orden y la seguridad (tendencia dominante en los naturalmente súbditos). Pero puesto que considera que la naturaleza humana es fundamentalmente corrupta (influencia del pensamiento cristiano y del estigma del pecado original), piensa que el príncipe, para dominar a los súbditos y cohesionar la sociedad, es quien tiene que imponer el orden, a través de la coacción y la fuerza, si es preciso. En el capítulo XV de El Príncipe describe las formas de actuación del gobernante y las características básicas que éste debe poseer, que son expresión del cinismo propio del Estado burgués: el príncipe debe ser, ante todo, hábil y astuto; debe saber utilizar los halagos para mejor manejar a sus súbditos o a sus competidores, pero también debe ser implacable y echar mano de la violencia y la fuerza si es preciso; debe carecer de escrúpulos morales, ya que la moral es propia sólo del hombre privado, mientras que quien tiene que afrontar la responsabilidad del poder está fuera de toda consideración moral. De esta manera, Maquiavelo teoriza la escisión entre la moral y la razón de Estado, regida por una lógica propia y distinta de la moral que regula la vida privada, e independiente de supuestos valores trascendentes. Por ello, una teoría del poder del Estado debe estar más allá de la moralidad, y ha de prescindir de las concepciones teocráticas medievales (separándose, pues, del poder de la Iglesia): el poder del que habla Maquiavelo es absolutamente terrenal y se justifica a sí mismo, hasta el punto de someter la religión al mismo poder estatal, aunque manteniendo su función de cohesión social. La concepción teocrática medieval es sustituida por la noción de patria, cohesionadora de los diversos individuos. El Estado ha de organizar la violencia, pero no a través de ejércitos de mercenarios, sino mediante milicias autónomas nacionales, reclutadas entre el campesinado -lo que acerca el campo a la ciudad y refuerza el tejido social.
La característica principal del príncipe es la virtù, es decir, su capacidad de intervención política, la fuerza y la astucia -bien alejadas de la humildad y de la resignación-, para mantenerse a la cabeza del poder, aunque también debe tener en cuenta la fortuna, es decir, el conjunto de circunstancias que escapan a su voluntad, así como la misma sociedad civil entendida como naturaleza. Pero la fortuna puede ser cambiada y forzada por la virtù, ya que la historia se rige por las pasiones e intereses humanos que pueden dominarla.
Esta relación entre virtud (entendida al modo de la areté griega presocrática) y fortuna expresa también la conflictiva relación entre libertad y necesidad o azar que había ocupado a los pensadores humanistas. Pero, a pesar de la cruda descripción de las cualidades que debe tener el príncipe o gobernante que hace Maquiavelo, su ideal es más bien el del gobernante romano de la época de la república. La cruel descripción de los mecanismos reales del poder, así como la justificación de éstos, han convertido a Maquiavelo en el ejemplo más claro del llamado «realismo político» (realpolitik), y en el exponente más conocido de la apelación a la «razón de Estado», en la que a menudo se escuda el poder político. La exageración de su pensamiento ha originado el vocablo maquiavelismo, que de manera estricta, designa el conjunto de la teoría política de Niccolò Machiavelli (o Maquiavelo). No obstante, en general se utiliza para referirse a una concepción política, atribuida a este autor, en la que prima la razón de Estado por encima de toda otra consideración, y que sustenta que el político está autorizado (en virtud de la mencionada razón de Estado) a desarrollar cualquier acción, y está legitimado para actuar sin reparar en los medios que emplea. Esta actividad se resume en la sentencia (nunca formulada por Maquiavelo): «el fin justifica los medios». Por extensión, y de manera más general, designa toda acción regida por la astucia, la mala fe y el cinismo dirigido a la obtención de un beneficio propio.
Fuente:
- Diccionario de filosofía en CD-ROM. Copyright © 1996. Empresa Editorial Herder S.A., Barcelona.
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